- Las rozas se secan cuando las toco. – dijo sin voz.
Apartó su rostro y ocultó su mirada triste. Se negó aquel beso y comprendí que había llegado al final del camino. Le vi caminar alejándose, lento y cojeando. Rogué con fuerzas que no tenía para que volteara, al menos una vez. No lo hizo. Sólo enfundó sus manos en los bolsillos y siguió caminando… lentamente. Le seguí con la vista hasta que las lágrimas inundaron mis ojos, hasta verlo desaparecer en la oscuridad. En mis pensamientos caminaba junto a él. En mis sueños le amaba con locura. En el frío de la noche por dejarme plantada con el calor de su pecho sobre mi cuerpo y con un beso negado justo al borde de mis labios, le odié... Pero él se odiaba aún más.