Una fila de niños vestidos con harapos, ninguno mayor de diez años de edad, se dirigía a la penumbra de lo desconocido. Caminaban sin ánimos, extenuados después de nueve horas de marcha. Fueron llevados hasta ese lugar en grandes camiones negros conducidos por militares de uniformes oscuros, fuertemente armados. Arrancados de los sucios y demolidos callejones de las grandes ciudades, o bajo los puentes donde vivían refugiados de la macabra realidad de la guerra, ahora eran prisioneros culpables del crimen de ser huérfanos. En la fila se contaban más de trescientos. Todos de sexo masculino. El frío calaba sus pequeños huesos. La nieve y el barro hacían de sus pasos lentos y pesados. Los que caían eran levantados a golpes por los escoltas y los que no podían continuar, no importaba cuanto llorasen, ni alzaren sus manos a los adultos suplicando piedad y auxilio; sencillamente eran entregados a su propia suerte en medio de la nada. Suerte que significaba morir devorado por los lobos, que seguían atentamente la infortunada marcha, en espera de alguna presa que se rezagase; o morir congelado ante la inclemencia de las condiciones climáticas. La munición no se malgastaba en ejecutar a los más desvalidos, ya que estaba reservada sólo para el enemigo.
Seguían pasando las horas y la caminata se prolongaba por lo que parecía ser una eternidad. Por las cabecitas de los pequeños no se cruzaba ningún otro pensamiento que no estuviera relacionado con un plato de comida caliente. Los recuerdos de camas tibias y días felices parecían tan distantes como los rozados días de la primavera. Primavera que los había abandonado cruelmente en el albor de sus vidas, dejando que las nubes negras del invierno taparan por completo el sol de la niñez. Caminaban en lo profundo de la noche por el sendero que atravesaba el bosque de colosales pinos… Tan altos y frondosos que no dejaban ver el cielo.
Seguían pasando las horas y la caminata se prolongaba por lo que parecía ser una eternidad. Por las cabecitas de los pequeños no se cruzaba ningún otro pensamiento que no estuviera relacionado con un plato de comida caliente. Los recuerdos de camas tibias y días felices parecían tan distantes como los rozados días de la primavera. Primavera que los había abandonado cruelmente en el albor de sus vidas, dejando que las nubes negras del invierno taparan por completo el sol de la niñez. Caminaban en lo profundo de la noche por el sendero que atravesaba el bosque de colosales pinos… Tan altos y frondosos que no dejaban ver el cielo.
Será por cómo lo describes, pero... he terminado con frío, un escalofrío en mi espalda.
ResponderEliminarY eso que llevo un jersei de lana enorme.
Un beso!
Tremendo, precioso y doliente. Un invierno interno... Abrazo Veruuu!!!
ResponderEliminarQué lindo relato, me encantó... sólo que al terminar de leerlo terminé con mucha nostalgia.
ResponderEliminarBesos y abrazos.
La forma en que describes todo... se me puso la piel de gallina, logras llegar a sentimientos muy fuertes, duros y tristes...
ResponderEliminargran escrito.
Saludos!
Muchas gracias por sus comentarios. Significan mucho para mí.
ResponderEliminarCariños!.